
Siempre habrá lugares a los que nos gustaría volver.
Esos lugares que nos han hecho sentir vivos, que nos han hecho sentir únicos, que nos han llenado de vida y que nos han recordado lo bello que es nuestro mundo. Pero han hecho mucho, mucho más. Nos han marcado, nos han recordado quiénes somos, nos han hecho reflexionar. Han logrado que nuestros ojos y nuestra mente se quedaran prendados de una imagen, de una sensación, de un segundo que nos gustaría que dudara siempre.
Todos encontramos estos rincones a lo largo de nuestra vida, no se trata de escaparse a 3000 kilómetros de nuestra casa para encontrarlos. Pueden estar esperándonos a apenas media hora de nuestro hogar. Son rincones en los que nos sentimos en paz, a los que huiríamos a coger aire cada vez que tenemos un día malo.
Volver a esos lugares supone enfrentarnos a nosotros mismos, nos sirve para ver dónde estamos y cuánto hemos avanzado, nos ayudan a recordar quienes somos.
Porque ya lo dijo Mandela, “no hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado nada para ver cuánto has cambiado tú”.